No entendía como era posible que sus padres nacieran en Túnez y llegaran a América al entrar por equivocación, mientras retosaban eroticamente, en un barco de carga, tampoco entendía como podía haber perdido la apuesta, ni sabía por qué apostaba, siempre perdía. Iba pensando en estas cosas cuando se acomodó la corbata y marcó el piso 12. Se abrió la puerta del ascensor, voló hasta la ventana que estaba en el pasillo y temeroso, porque no estaba acostumbrado a esas alturas, salió y voló hasta la ventana del apartamento, que estaba abierta. Entró, cruzó la sala, llegó hasta el cuarto y se acercó sigilosamente hasta su oido. Comenzó a cantarle la canción acordada. Una corriente de aire, un manotazo. Sus amigos no supieron nada más de él.
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